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Enrique Silva Cimma también acudió a Jaime Galté - o al Dr. Halfanne - por problemas de salud, como por ejemplo, evitar una pérdida durante uno de los embarazos de su mujer.

 

En ese entonces Galté fue a visitar a la paciente en ‘espíritu’, de noche, luego de lo cual recomendó que se mantuviera en reposo por al menos 4 meses y le recetó unas inyecciones que no se podían obtener en Chile sino en los Estados Unidos. Cuando mencionaron dicha receta al médico habitual, éste se sorprendió porque justamente había efectuado un curso en los Estados Unidos y había aplicado dichas inyecciones que eran muy recientes.

 

Otro caso del que puede dar fe Silva Cimma reviste gran dramatismo y se refiere a la tremenda situación que vivía el matrimonio Silva-Marfán luego del nacimiento de su único hijo hombre, Enrique, a fines de los años 40, el que, recién nacido, fue víctima de una negligencia médica y quedó con daño cerebral, en estado vegetal.

 

Cuando Enriquito tenía un año el doctor Latorre y el doctor Valle me propusieron: ‘quisiéramos hacerlo ver por Galté’. Jaime era muy conocido en los círculos médicos, lo respetaban. Ellos me pidieron autorización para que fuera un profesor argentino que no podía creer que existiera esto, que quería ver. En total asistieron cuatro médicos a esta sesión, el doctor Latorre, el doctor Valle, el doctor Contreras Villalón, -segundo cirujano después del famoso doctor Asenjo del Hospital Psiquiátrico- y el médico argentino, junto a mi mujer, Jaime Galté y yo. Galté cayó en estado de hipnosis. Cuando se materializó el doctor Halfanne en su cuerpo, Latorre le explicó cómo se encontraba el niño que estaba acostado en la cama nuestra, grande, completamente dormido. Galté en trance se paró, se acercó al pequeño y empezó a examinarlo.

 

Fue un examen notable. Cuando hacía estas cosas se le ponían unos ojos etéreos y examinaba al niño como un médico que está haciendo un examen clínico. Lo dio vuelta, lo escuchó, le abría los ojos, le movía los brazos, era un examen clínico profundo. Luego se puso a escribir algo de este orden: el niño tiene una afección en el oído medio que le interrumpe y le impide el poder escuchar. Además tiene una afección a la vista que es indispensable que se le examine, porque ciertamente el niño no está viendo.

 

En seguida tiene una afección grave al cerebro que se materializa en un tumor y una alteración en la masa encefálica del lado izquierdo. Aconsejó en primer lugar hacer el examen de vista y de oído, además de eso, hacer una intervención previa, una frenoparálisis. Y había que abrirle la cabeza, trepanarlo, en una operación complicada, larga pero que era la única manera de buscar la posibilidad de una recuperación, sacando la parte dañada del cerebro. Mirar a mi hijo de un año entonces fue una tremenda conmoción, sobre todo porque no me imaginaba aquello del oído y de la vista. Con la Nena -mi mujer- teníamos siempre la duda que pudiera ver porque miraba de una manera vaga. La reacción de los médicos fue impresionante, se quedaron paralizados, el argentino decía que era lo más extraño que había visto, pero que no tenía ninguna objeción al diagnóstico. Reconocían todos que era un examen médico extraordinariamente bien hecho. El médico que veía al niño siempre no se explicaba cómo en los cuatro encefalogramas que se le habían practicado al pequeño se veían cosas difusas en el cerebro pero no aparecía un daño en la masa encefálica del lado izquierdo. Estuvieron de acuerdo en operar y le entregaron al doctor Contreras, que era jefe de siquiatría del Hospital Van Buren en Valparaíso, toda la responsabilidad de la operación. Contreras dijo ‘opero sobre la base de estos antecedentes entregados por Galté’ y así fue.

 

Lo primero que hicimos fue llamar a un oftalmólogo que corroboró lo diagnosticado. Contreras hizo la frenoparálisis, que era una operación preparatoria, y después le hizo la trepanación, una operación de 9 horas.

 

Efectivamente apareció el daño en la masa encefálica del lado izquierdo, contrariamente a lo que decían los exámenes. Fue tremenda esa operación, estuvimos todo ese día en el hospital. Desde el punto de vista médico, la operación fue un éxito pero los especialistas no se atrevían a anticipar nada.

 

Mi hijo estuvo como un mes y medio en el hospital Van Buren. Al mes se comprobó que no había tenido los resultados esperados:, se había solucionado lo de la vista y lo del oído pero respecto de lo del cerebro no había nada que hacer. El niño vivió cuatro años más. A los cinco años se le paralizaron los reflejos de succión, su capacidad alimenticia, y se murió. Fue tremendo. Tuvimos que afrontarlo con gran coraje.

Relatos de Silva Cimma

Jaime Galté tuvo una estrecha amistad con Silva Cimma
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